En cierta ocasión oí -o tal vez leí, vaya usted a saber- que no hay nada más cansado para el trabajador que un día libre. Lejos de querer dar la razón a mis nebulosos recuerdos, hoy no he tenido clase pero salí a las nueve de casa y acabo de llegar, y entre medias mil y un actividades diferentes. Para empezar, la mañana la he pasado con un canoso compañero mirando fotos antiguas de monumentos de por aquí, el del prerománico de Oviedo y mi menda del románico de Villaviciosa. Todo ello, por supuesto, regado con un cafetín de inicio y otro de final con pincho incluido y de muy buen humor.
Tras una comida campestre bajo la lluvia en Milán City, cambiamos las fotos de monumentos por otras fotos de textos también bastante viejunos. Una agradable y romántica tarde de lluvia solo en la sala de investigadores de la biblioteca mano a mano con la documentación notarial de San Vicente buscando referencias maliayesas, cada uno de divierte como quiere, ¿no? Así he podido descubrir dos cosas curiosas: como dato divertido, la historia de un paisano hijo del deán de la Catedral que arrendaba unos prados en Llanera a cambio de una renta anual a San Vicente en nada menos que ¡puerros! Y la otra, que un agujero en la suela de los zapatos de lluvia no es precisamente algo divertido.
Y, para acabar, no todo va a ser negocio. También ocio. El partidín de los viernes para mover un poco este cuerpo serrano, que ha contado como soberana victoria (ya van dos) en que he cooperado con dos tantos. Quién me ha visto y quién me ve. Eso sí, a cambio, la agenda chicagoan ha quedado olvidada en algún lugar, esperemos que vuelva pronto...
Nunca desprecies el valor de un puerro...
ResponderEliminarLa agenda chicagoan no ha vuelto porque nunca se ha ido, aunque haya habido algunos días en los que escribir la aventura diaria se ha hecho más cuesta arriba. Tienes que revisar esa conexión.
ResponderEliminarPor cierto, yo no doy en absoluto la razón a esos recuerdos, me encantan los días libres y sigo odiando los lunes (y los martes...).